Archivo | julio 2012

Frank País García, artista inmortal

Por María de los Ángeles Polo Vega

El 30 de julio en Cuba se rinde tributo a todos los mártires de la Revolución, porque en fecha como esta, del año 1957 resultó asesinado por esbirros de la tiranía de Fulgencio Batista, el valeroso combatiente Frank País García, nuestro queridísimo Frank.

Era Frank, el Feje Nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, el joven que al ser asesinado con sólo 23 años de edad, paralizó a todo un país cuando se supo la noticia.

Era Frank el carácter, la inteligencia, la integridad misma, al decir de Fidel, quien calificó a sus asesinos de monstruos y agregó: ” No sospecha siquiera el pueblo de Cuba quién era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor”.

Era Frank, el joven apasionado y tierno, el hijo ejemplar y cariñoso, el combatiente audaz, el líder querido y admirado por todos.

Maestro por vocación sorprendió a quienes lo suponían heredero legítimo de la vocación pastoral de su padre, fundador de las primeras misiones evangélicas en la isla y pastor de la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba.

Cuentan quienes le conocieron que desde muy niño era no sólo el pianista de aquella congregación o el maestro de niños en las escuelas dominicales, sino que predicaba la palabra con una pasión, nacida en las más profundas convicciones cristianas, por eso todos daban por sentado que el mayor de los varones País sería pastor igual que don Francisco, su padre.

La iglesia lo necesitaba, pero la patria también lo necesitaba y a esta última causa se entregó como solo lo hacen los verdaderos apóstoles.

Se entregó a Cuba en cuerpo y alma, dedicándole inteligencia, vigor, fogosidad, capacidad de organización cualidades con las que impregnaba cada uno de sus actos.

Frank como cualquier joven de su edad, amaba los deportes, la acción, la compañía de los amigos, de las novias, además de ser un apasionado de la lectura, de amar entrañablemente a Martí y como a su héroe, le gustaba también, disfrutar de la música, de la pintura, y escribir poemas.

El más conocido de todos es sin lugar a dudas el que escribiera tras la muerte de su hermano Josué, su niño querido, que con sólo 19 años, exactamente un mes antes, el 30 de junio de 1957, fue asesinado en las calles santiagueras.

Nervio de hombre en cuerpo joven

coraje y valor en cuerpo acerado

ojos profundos y soñadores

cariño profundo y apasionado

(…) Estaba entre los héroes su destino

vivió con el honor de su conciencia

fue su camino el del martirio

rebelde anduvo por la senda estrecha (…)

Cuánto sufro el no haber sido

el que cayera a tu lado,

hermano, !hermano mío!

qué sólo me dejas

rumiando mis penas sordas,

llorando tu ausencia.

Pero este emotivo poema no fue el único escrito por Frank, según sus biógrafos se conserva uno escrito a la temprana edad de 12 años, que él tituló Noche Guajira, se trata de una prosa poética donde le canta a la tierra, a las estrellas, a la luna, y también como Martí, al arroyo de la Sierra.

Otro de los poemas suyos que se conservan, se titula Dulce sombra, y en él, Frank nos muestra el despertar del adolescente ante el sentimiento del amor:

Dulce sombra lejana y tan querida,

sin vida o insensible a mis deseos,

te antepondrá mi corazón, tal creo

a las vivientes sombras de mi vida (…)

En su breve obra poética encontramos también otros textos de temas religiosos, tal es el caso de Arrepentimiento, cargado de tal intensidad y belleza que nos remite a los salmos del rey David, en el que, con las palabras del hijo pródigo, viene arrepentido ante el Padre:

Dios mío, Dios mío,

Cuánto mal he hecho,

He pecado contra el cielo y contra ti.

Muchas veces te he negado

Traidoramente,

Siento en mi alma la desesperación (…)

Y ese mal se ha aglomerado

Presionándome la vida;

(…) y he sido sordo a tu llamar.

Me has hecho misericordia

Y te he cerrado más el corazón

¿Tendrás piedad de mí, oh Dios?

¿Me darás una oportunidad más?

Todos los poemas de Frank País García son textos cargados de belleza, de pasión, de ideas, de dolores profundos.

Son los poemas de un joven que hubiera podido llegar a ser un gran escritor, pero que escogió otro camino para alcanzar la inmortalidad, el suyo fue el camino de la lucha por alcanzar la libertad de la Patria y a ella, se consagró con la pasión, la vocación y la maestría de los verdaderos artistas.

El 30 de julio, en Cuba, junto al inolvidable de Frank País García o a su amigo Raúl Pujol Arencibia, ametrallados en el Callejón del Muro, en aquella ciudad que le vio nacer, rendimos tributo este día, a todos los que pospusieron sus sueños en aras de la obra mayor.

Es esta una fecha devenida en símbolo del martirologio cubano.

¿Corremos los cubanos el riesgo de extinguirnos como los dinosaurios?

María de los Ángeles Polo Vega.

Escuchando al colega Jorge Rodríguez Hernández en su columna económica del pasado viernes en la radio revista Impactos hablar del municipio habanero de 10 de Octubre y sus características poblacionales que lo hacen clasificar entre los tres más densamente poblados del país, pero también entre los más envejecidos, recordé de inmediato una de aquellas crónicas que el brillante periodista que es, el también escritor Leonardo Padura, escribiera para la agencia IPS, donde abordando el índice demográfico de nuestro país, se preguntaba con justificada preocupación ¿se extinguen los cubanos?.

Y, como el propio Padura se responde… somos incapaces de imaginarnos un mundo sin nosotros, los cubanos, sin música cubana, sin deportistas cubanos, sin la bulla y el desenfado que nos caracterizan y distinguen en cualquier rincón del planeta.

Pero lo cierto es, que sobran los motivos para sentirnos preocupados.

En el venidero mes de septiembre en Cuba se realizará un nuevo censo de población y viviendas que nos permitirá entonces hablar con un poquito más de propiedad sobre el tema, con datos actualizados de cuántos somos, cómo somos, dónde y cómo vivimos y de alguna manera, las incidencias que gravitan en el crecimiento demográfico del país.

Sin embargo, para nadie es un secreto que gracias al desarrollo alcanzado por el nivel de atención primaria de salud en Cuba, nuestro país ostenta un promedio de vida tan elevado como cualquier nación del primer mundo y que cada vez es mayor el número de ancianos que en la isla rebasa la cifra de los 100 años.

Tampoco es un secreto para nadie que las mujeres cubanas cada vez parimos menos.

Las de mi generación, por ejemplo, priorizamos en la bonanza de los 80 la formación profesional al hecho de formar nuestras propias familias y luego, la aguda crisis económica de los 90, conocida por todos como el Período Especial en tiempo de paz, nos paralizó casi completamente y la mayoría de nosotras nos quedamos solo con un hijo.

Pero están, y son los más, los que con el peso agobiante de las dificultades económicas y que abarcan desde la falta de un techo propio, hasta el hecho de alimentar, vestir y calzar a los hijos, que deciden de común acuerdo con su pareja, disfrutar de una bendición como es la de la paternidad con sólo un descendiente, y así con una y otra generación entre las que nos fueron siguiendo. Y así, aunque a veces los datos numéricos puedan darnos a través de una noticia, un atisbo de esperanza, no puede existir una curva de crecimiento poblacional posible.

Para engendrar un hijo se necesitan dos personas, el padre y la madre y esos dos, en la Cuba de hoy, mayoritariamente aportan un solo vástago para la sociedad, pero si esto fuera poco, como bien decía Padura, en la crónica de referencia, existe otra razón de peso para sentirnos preocupados: la migración, migración de los más jóvenes en busca de otros horizontes.

Esos cubanos que se van del país, sean muchachas por la vía del matrimonio, adolescentes y niños en compañía de sus padres que son jóvenes también

Mitos, historias y leyendas de la Habana: Cecilia…

Escribe: María de los Ángeles Polo

Cecilia Valdés o La loma del Ángel de Cirilo Villaverde, por todos es conocida, pues constituye la obra cumbre de la novelística cubana.

La historia de esta preciosa mulata ha sido llevada al cine, al teatro, las artes plásticas y la música, esta vez a través de una zarzuela que también se ha convertido en ícono del arte lírico cubano y creo que no existe un cubano que no haya escuchado alguna vez el nombre de Cecilia Valdés.

Cirilo Villaverde, creador de este mítico personaje nació en Pinar del Río el 28 de octubre de 1812, en el ingenio de Santiago, muy cerca del pueblito de San Diego de Núñez, en la más occidental de las provincias cubanas y en 1823, con solo 11 años vino para la Habana a estudiar.

Su padre, que era médico, pudo pagarle estudios de pintura, filosofía y derecho en la capital del país y aquí, el célebre novelista se casó con la hermosa Emilia Casanova, una destacada activista por la independencia de Cuba.

Cecilia Valdés, fue la novela que consagró su fama literaria, pero antes de novela había sido un cuento, el cuento de una niña de corta edad a la que el autor afirma que había conocido por los alrededores de la plazuela de Santa Catalina, allá por el año 1826.

Cuando aquella niña, en 1830, tenía apenas 14 años, eran tales sus encantos, que quienes la conocían, especialmente sus admiradores, comenzaron a llamarla la Virgencita de Bronce, tanto por la belleza de sus facciones como por el color bronceadito de su piel.

El autor relata, al final del cuento, que perdió de vista a Cecilia sin poder descubrir más su paradero, prometiendo continuar su historia si encontraba datos nuevos acerca de esta joven, que fueran de interés para sus lectores.

Aquel cuento se convirtió con los años en esa novela predilecta para todos los cubanos. Formaba parte de los planes de estudios desde los años de secundaria básica, su publicación, por miles de ejemplares se editaban una y otra vez y en cada casa, siempre aparecía un ejemplar de la novela Cecilia Valdés.

Y los lectores creíamos siempre que la bella Virgencita de Bronce que desató tan apasionados amores era un producto de la invención de su autor… hasta que un día, publicado en Bohemia, encontramos un artículo sobre una tumba en el cementerio de Colón, en cuya lápida se entre leía que Cecilia Valdés reposaba en ella.

El cementerio Cristóbal Colón, a muy pocos pasos de la céntrica calle 23 en el Vedado, es un verdadero museo a cielo abierto y según refiere su historiadora, la misionera María Antonia Ruiz Guzmán en su cuaderno La voz de la Ciudad de Abajo allí está, entre las más pequeñas, entre las más humildes, la tumba de Cecilia Valdés, ese ícono de la cultura cubana que un día inmortalizara el patriota y novelista don Cirilo Villaverde, donde aún, continúan apareciendo flores de quienes atraídos por la extraña fascinación de su leyenda, visitan su tumba en la más grande necrópolis cubana.

Como bien dice la misionera-historiadora, los cuentos se ofrecen como una flor aún no abierta a quienes los quieren leer, sólo hace falta que quien lee se dé cuenta de que esa flor, un día, puede abrirse.

historias, mitos y leyendas, el carnaval habanero

Imágenes de un paseo del carnaval habanero durante la colonia.

Emilio Roig de Leuchsenring, historiador de la Habana desde 1935 hasta su deceso en 1964, quien dedicó estudios y artículos a la celebración de las fiestas del carnaval en Cuba , afirmaba que La Habana gozó en la primera mitad del siglo XIX de varios lugares públicos para bailoteo durante todo el año y especialmente en los Carnavales.

Así existía El Tívoli, espaciosa glorieta de Extramuros, situada no lejos del antiguo y humilde oratorio de La Salud, en cuyos terrenos se levantó más tarde la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe.

Refiere Bachiller y Morales que en la glorieta del Tívoli se celebraron «bulliciosos bailes con bastante concurrencia mujeril por las circunstancias de ser su entrada gratuita; pero poco a poco fue perdiéndose la afición al lugar, y algunas ocasiones escuchó a señoritas en aquella época decir: «Vamos al sermón a La Salud con vestido blanco, porque luego iremos al baile del Tívoli»; y agrega que «a veces el predicador descargaba recias amonestaciones sobre lo pecaminoso del baile y los afeites mundanos y no por eso dejaba de cumplirse el propósito, siendo éste un rasgo de nuestras costumbres».

En el teatro del Diorama, levantado por Juan Bautista Vermay, director de la Academia de dibujo de San Alejandro, al fondo del jardín botánico, tuvo lugar, «el primer baile público de máscara que se vio en La Habana, fijándose la entrada de los caballeros a 17 reales y la de las señoras, gratis; la concurrencia que fue numerosísima dio una idea del entusiasmo que siempre produce entre nosotros ese género de diversión».

Una vez construido por don Pancho Marty, con la decidida protección del capitán general Tacón, el teatro al que se dio el nombre de este déspota, dicho coliseo monopolizó la preferencia, durante los Carnavales, de los bailadores habaneros. Y fueron los bailes de máscaras una de las máximas contribuciones económicas que el propietario tuvo para compensarse de los gastos crecidos de construcción del edificio.

Además del teatro Tacón, los elementos divertidos de nuestra capital se reunían en lugares cuyos nombres han llegado hasta nuestros días: Escauriza, Villanueva, el café La Bolsa, Irijoa, El Louvre, Capellanes…

Los salones de Escauriza, el famoso café que estuvo situado al costado del teatro de Tacón y frente a la Alameda de Isabel II, en el mismo lugar donde después se abrió el café El Louvre, y hoy se encuentra el Hotel Inglaterra, se veían concurridísimos todos los domingos del año en que se daban bailes de máscaras.

Debemos citar también La Colla de Sant Mus, en la esquina de Galiano y Neptuno, cuyas animadas fiestas carnavalescas, de disfraz y pensión, hicieron durante algunos años la competencia a las celebradas en Tacón y El Louvre, por mantener «un criterio ampliamente liberal, respecto a la admisión de parejas —dice Gustavo Robreño— que gozosas acudían a deleitarse con los danzones tocados por las orquestas famosas de Raimundo Valenzuela, Félix Cruz y Marianito Méndez».

Esa sociedad criolla, tan primitiva y mísera… ¡se divertía!, constituyendo el juego y el baile las principales diversiones .

Con cualquier pretexto se formaba una timba o un bailecito, o una timba con baile, o un baile con timba y para bailar y jugar se escogían lo mismo las fechas religiosas que los acontecimientos familiares, locales o insulares; un santo que un bautizo, una boda que un velorio.

En esta época paradisíaca, los Carnavales —motivos o pretextos admirables para holgar y divertirse—alcanzaban brillo extraordinario, que logró su apogeo durante todo el siglo XIX, hasta los días mismos de la guerra del 95.

En La Habana distinguiéronse los Carnavales por los paseos, los bailes y las comparsas.

Los primeros tenían por escenario aquellas calles que según la época disfrutaban del favor de la aristocracia habanera: la Calzada de la Reina, la Alameda de Paula, el Campo de Marte, el nuevo Prado o Alameda de Isabel II.

En quitrines y volantes, de acuerdo con su posición económica, lucían nuestras tatarabuelas, bisabuelas y abuelas, su belleza, su gracia y su elegancia, recibiendo los homenajes de sus amigos y admiradores, o del pueblo en general, que a uno y otro lado de la vía, y desde ventanas, balcones y azoteas, presenciaban el paseo carnavalesco o tomaban parte en el mismo lanzándoles flores a las bellas ocupantes del típico carruaje cubano. Este fue sustituido por los coches, y las flores fueron desalojadas por las serpentinas y confetti.

Completaban el atractivo de los paseos carnavalescos las mascaradas, de blancos y negros, que recorrían las calles, y que las integraban bobos, osos, payasos, esqueletos, diablitos, reyes moros, o cristianos, papahuevos, y estos personajes, de la farsa carnavalesca, cantaban, gritaban, hacían gestos ridículos y contorsiones exageradas, asaltando con sus bromas a los transeúntes o a los vecinos que encontraban estacionados en las ventanas de sus casas.

Lo cierto es que el Carnaval habanero es conocido internacionalmente como la fiesta por excelencia de nuestra ciudad, con características muy propias y con una larga historia para contar.

Los españoles continuaron celebrando en Cuba la antigua tradición carnavalesca de las religiones europeas alrededor del equinoccio primaveral, a manera de despedida de las frivolidades mundanas, a fin de someterse posteriormente al período que precede a la Pasión, conocido como “tiempo de cuaresma”.

Por su parte, los negros introducidos como esclavos en nuestro país a partir del siglo XVI, practicaron los ritos carnavalescos del solsticio invernal, al celebrar la Nochebuena y Epifanía (6 de enero).

A fines del siglo XIX comienzan a gestarse agrupaciones de negros que obedecían al mismo origen étnico y través de los cabildos lograron conservar y desarrollar sus propias tradiciones culturales y donde se les permitían efectuar bailes y otras diversiones.

En los salones de baile los negros introducen la Conga en el siglo XIX, lo que conllevó la costumbre de “arrollar”, alegremente, detrás de los instrumentos de percusión, que se volcaban a las calles en tiempos de Carnaval.

Esta herencia negra transforma esta música de pueblo en guaracha y rumba, elaboraciones definidas de música, canto y baile que identifican al cubano, temas sobre los que volveremos en próximos trabajos sobre el carnaval de la Habana, donde la música, el baile y el espectáculo son los máximos animadores del Carnaval de La Habana, la cita festiva más antigua que se celebra en nuestra capital.

Mitos, historias y leyendas de la Habana: Modesto y Margarita, unidos por amor eterno

En busca de otra historia de amor de las muchas que encierra ese gran Mausoleo que es la Necrópolis de Colón en la Habana, la Historiadora-Misionera María Antonia Ruiz Guzmán, nos relató la de un conmovedor epitafio en un sepulcro, donde aparecen en todas partes: la tapa, el banco, el piso y la tarja, hermosos mensajes de amor.

En uno de ellos, dirigido a curiosos como nosotros, dice así.

Bondadoso caminante:

Abstrae tu mente del ingrato mundo unos momentos y dedica un pensamiento de amor y paz a estos seres, a quienes el destino tronchó su felicidad terrenal y cuyos restos mortales reposan para siempre en esta sepultura, cumpliendo un sagrado juramento.

Te damos las gracias desde lo eterno,

Margarita y Modesto.

¿Y quienes eran estos dos seres a quien el destino tronchó su felicidad ?. Sus nombres Modesto Canto Menjíbar y Margarita Pacheco Alonso; nacido él el 18 de septiembre de 1897 y ella, 23 años después, el 25 de octubre de 1918.

Un buen día la mirada de uno y el corazón de la otra se encontraron y decidieron unir sus vidas jurando amarse eternamente.

Margarita no pudo disfrutar en vida del amor eterno que le prometió de Modesto y tristemente falleció con solo 39 años el 28 de diciembre de 1959, precisamente el año en que vio nacer a la Revolución Cubana.

Ella fue enterrada al día siguiente en una humilde sepultura en el cuartel Noreste cuadro E, pero Modesto sin reparar en su angustia se dispuso de inmediato en hallar para su esposa una sepultura que fuera digna de ella y sin más recursos que su salario de profesor reunió centavo a centavo para comprar una parcela en el cuartel Sureste, cuadro primero de campo común donde empezó a construir una con sus propias manos.

Engorroso trabajo hacer el lugar donde descansaría el ser a quien tanto quiso, nos relata María Antonia Ruiz, misionera historiadora del cementerio Colón, y realizaba la labor con la tenacidad de quienes no tienen más riqueza que el de su inmenso amor. Primero-dice- elevó un muro que utilizó para apoyar dos bustos fundidos en bronce, con los rostros de ellos dos y sobre la lápida escribió dos dedicatorias.

Mi idolatrada Margarita:

No existe miseria humana capaz de manchar

La infinita grandeza de tu alma

Que sufrió resignada

La angustia de este malvado mundo.

Tu Modesto

Marzo de 1960.

Modesto mío:

El destino nos unió en esta vida

Y aún después de la muerte seré tuya.

Tu Margarita

Marzo de 1956

(era la dedicatoria de un retrato)

Se grabaron además la fecha de nacimiento y muerte de Margarita, así como la del nacimiento de Modesto, faltando por poner la de su muerte.

Terminada la obra, las personas que visitaban el cementerio escuchaban a lo lejos una música que vibraba a los acordes de un violín, curiosos intentaron descubrir su procedencia, pero Modesto jamás permitió que usurparan su intimidad ni su dolor, dejando de sonar la música cada vez que alguien se acercaba. No hubo más intrusos por respeto a ese amor aunque la melodía de su sufrimiento llegaba a todos.

El 27 de septiembre de 1977 murió Modesto dejando atrás las tardes en que su violín tocaba sentidas notas a su amada Margarita y los muchos poemas que le dedicó sentado sobre el banco construido por él, al lado de la tumba, humedeciéndolos con lágrimas de amor de las que solo Dios fue testigo.

También a un lado del sepulcro, queriéndolas el tiempo borrar, hallamos una dedicatoria, legible al contacto de la mano que dice sencillamente así:

Mi Margarita:

Tú eres luz divina en mi existencia terrenal y eterna

jamás morirá el sublime amor que nos une, porque es un

designio de lo eterno, que guía por siempre nuestro destino.

Tu Modesto.

Modesto y Margarita, dos amantes cuya historia es también un amor de leyenda.

Historias, mitos y leyendas de nuestra hermosa Habana: La milagrosa del cementerio de Colón, una historia de amor convertida en leyenda.

Recoge la historia que a inicios del siglo XIX nació en un barrio vasco un niño llamado Francisco Goyri y Beascochea, quien ya convertido en joven decidió viajar a Cuba para probar fortuna y con el tiempo el joven Francisco se convirtió entonces en el señor Francisco, uno de los fundadores del Banco Español de Cuba.

Es por ese entonces que se enamora de la joven criolla Inés María de los Dolores Adot y Bietma, una hija de españoles. La pareja se casó y tuvieron dos hijos: Inés y Francisco, quienes crecieron en un ambiente burgués sin conocer ningún tipo de penurias.

Inés se casa con el marqués de Balboa y Francisco con Magdalena de la Hoz, criolla muy bella, de cuya unión nacieron cuatro hijos: Inés, María Teresa, Amelia y un varón, llamado también Francisco como el padre y el abuelo.

La niña Amelia Francisca de Sales Adelaida Ramona Goyri y de la Hoz fue bautizada el domingo 4 de marzo de 1877 en la Parroquia del Santo Ángel Custodio de la Habana.

La infancia de los cuatro niños transcurrió apacible, tranquila y al no tener descendencia su tía Inés, los pequeños vivieron junto a ella en el palacio de los marqueses de Balboa, en la calle Egido número 14 donde hoy se encuentra el Museo Histórico de nuestra capital.

Amelia, la protagonista de nuestra historia tuvo una infancia hermosa junto a sus hermanos y junto a un joven, su primo segundo, llamado José Vicente Adot Rabell, de quien se enamoró en aquellos juegos infantiles.

Se cuenta que ella era desde niña muy generosa, haciendo siempre obras de caridad entre aquellos que eran más pobres que ella.

Dicen que apenas tenía 13 años, la noche de la boda de su hermana mayor, cuando Amelia y José Vicente tuvieron el atrevimiento de hacer público su amor y la familia, que quedó anonadada se opuso rotundamente al noviazgo porque el joven no poseía igual posición social que la de ella y cuentan sus historiadores que fue esta precisamente la primera de las espinas que atravesó con dolor mudo su corazón generoso.

La segunda no se haría esperar, con apenas 15 años Amalia pierde a su madre víctima de una epidemia con solo 42 años, Amalia quedó muy afectada y su hermana María Teresa, algo mayor que ella la cuidó y apoyó en todo, dicen que María Teresa sentía también un gran respeto por el amor de Amalia y José Vicente que lejos de decrecer, crecía.

José Vicente, como muchos cubanos hijos de españoles marcha a la manigua a luchar por la libertad de Cuba y Amelia, en la Habana, sufría por su ausencia sin poder apenas pronunciar su nombre.

Terminada la guerra, a finales del 98, él regresa a la Habana con los grados de capitán del ejército libertador y decide pedir la mano de aquella hermosa joven que aprendió a amar siendo un niño.

El marqués de Balboa había fallecido, el padre de Amelia estaba muy enfermo y María Teresa como hermana mayor accedió a la petición de mano de este hombre enamorado, valiente y decidido. La pareja fija la boda para el25 de junio de1900.

El sueño de Amelia y José Vicente se hace realidad después de tanto sufrir, ella ya tenía 23 años y habían transcurrido 10 desde aquella noche en que osadamente, hicieron público su amor, pero la felicidad no duró mucho.

Tenía ocho meses de embarazo cuando Amelia sufre una hipertensión arterial que la afectó tanto a ella como a la hijita que llevaba en su vientre. José Vicente desesperado busca ayuda especializada, pero nada se pudo hacer y el 3 de mayo de 1901 ambas fueron declaradas muertas.

Para José Vicente este fue el golpe más duro e insuperable de su vida, lo perdía todo, su alegría, su felicidad, hasta la salud mental y no podía dar credibilidad a una realidad tan triste.

A Amelia, por su rango familiar le correspondía ser enterrada en el Panteón de los Marqueses de Balboa, pero José Vicente no lo permitió, pues en la vida apenas les permitieron estar juntos, no consentiría que se la arrebataran después de muerta y pidió a un amigo, dueño de una bóveda en la Necrópolis de Colón poder enterrar a su amada en esa propiedad.

Cuenta la historia que a Amelia se le dio sepultura en ese lugar, y como era costumbre, entre sus piernas, se colocó a la pequeña hijita que no llegó a nacer con vida.

José Vicente iba diariamente a visitar a su mujer que para él permanecía dormida y la despertaba tocado una de las cuatro argollas de la tapa de la bóveda en la que ella reposaba y tras despertarla, se paraba frente a la sepultura y allí permanecía largas horas, conversando con ella, hasta que tristemente se retiraba.

Un amigo de José Vicente se entera de la noticia y decide compensar esa tristeza con la alegría de regalarle una bella escultura de su amada esposa, se trataba de José Vilalta, uno de los mejores escultores que ha tenido nuestro país y que es el autor además de la estatua de José Martí que se encuentra en el Parque Central de la Habana.

Vilalta, muy cuidadoso en los detalles, esculpió a Amelia con una túnica femenina propia de la maternidad, y la hizo en mármol blanco de Carrara , sosteniendo en su brazo izquierdo una criatura y el derecho apoyado en una inmensa cruz, pues Amelia había muerto precisamente el 3 de mayo, el día de la Santísima Cruz.

Y colocado ya el bello conjunto escultórico, símbolo de la maternidad, José Vicente que fue siempre todo un caballero seguía acudiendo a diario frente a la bóveda de su amada, pero incorporaba una nueva nota a su ritual, a partir de ese momentos, vestido siempre de negro, se quitaba el sombrero, lo colocaba en su pecho, daba la vuelta por detrás de la escultura y se retiraba sin darle jamás la espalda argumentando que a una dama no se le debe dar la espalda y menos a mi amada Amelia.

Y así creció el rumor y lo que comenzó como una historia de amor particular de un hombre hacia su mujer se transformó con el tiempo en el amor de un pueblo a una mujer que convirtieron en símbolo de la maternidad y del amor eterno.

Las personas comenzaron a atribuirle poderes sobrenaturales, la comenzaron a ver como protectora de las mujeres embarazadas y de los niños y de todo aquel que acudiera con un problema y se lo contara a la bella Amelia.

José Vicente quiso impedir aquel clamor popular, él era su marido, él único que debía acudir y estar junto a ella, el que cada día cambiaría sus flores… pero todo intento fue inútil el culto popular espontáneo todavía hoy se mantiene.

José Vicente la sobrevivió 40 años y cuentan que en su lecho de muerte le pidió a una de sus hermanas la foto de Amelia, la apretó junto a su corazón y exclamó: ”Ya me puedo ir para siempre con mi amada Amelia”.

Sus restos reposan desde el 24 de enero de 1941 junto a su querida esposa y le da así perpetuidad a este Amor de Leyenda.

El pueblo sigue adorándola, atribuyéndole poderes sobrenaturales y hasta una oración le han dedicado: la Oración a la Milagrosa.

¡Su tumba es la única en el cementerio Colón de la Habana a la que nunca le faltan las flores!

mitos, historias y leyendas de la Habana: el ilustre caballero de París

Por María de los Ángeles Polo Vega

Su verdadero nombre era José María López Lledín y nació el 30 de diciembre de 1899 en la provincia de Lugo, en España, según consta en la documentación conservada en el Archivo Nacional, donde también se recoge que llegó a la Habana con apenas 14 años el 10 de diciembre de 1913.

Era un hombre diminuto y gentil, de cabello desaliñado , largo y canoso que se paseaba por las calles de la ciudad.

Recuerdo haberlo visto ,por vez primera, en la esquina de las calles San Lázaro e Infanta y sentí miedo.

Era apenas una niña que iba de la mano de mis tíos Roberto y Haydee, quienes me hablaron de que a pesar de su apariencia, era conversador, educado y espontáneo, y mi tío, que gozaba de su amistad le colocó algo de dinero en el bolsillo de su desaliñado traje.

En compensación, él me regaló a mi una esquelita con sólo tres palabras: ¡Que Dios te bendiga!

El Caballero de París, así le conocieron varias generaciones de habaneros, es una de esas leyendas que llenan de luz la vida de esta ciudad.

Existen muchas versiones sobre el origen de este apodo, unos dicen que proviene de una novela francesa; otros, que obtuvo popularmente el calificativo de la acera del Paseo del Prado que en su mente extraviada no era, otra que la parisina acera del Louvre.

Lo cierto es, que se convirtió en una leyenda viva de las calles de La Habana y quienes le conocieron siempre tienen algo que contar sobre El Caballero de París.

Murió un 11 de Julio de 1985 con 86 años de edad y sus restos, exhumados por el historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, fueron transferidos al convento de San Francisco de Asís.

Su vida, su historia, sus múltiples leyendas sirven de inspiración a músicos y poetas, cineastas y escultores y como toda leyenda, nunca muere, el escultor José Villa Soberón perpetuó su figura en bronce para que continúe deambulando por las calles de la Habana.

La estatua, colocada a la entrada de la Basílica Menor de San Francisco de Asís, está muy cerca del sitio donde descansan sus restos sus restos mortales.

También el trovador Gerardo Alfonso lo inmortalizó con esta preciosa canción.

“El ilustrado caballero de París”

Cuenta la gente que tenía un dineral,

que él era un conde

y que vivió en un palacio real,

que su fortuna la donó no sé a quien,

que tuvo un gran amor.

Pero yo lo recuerdo muy bien

durmiendo en los portales,

y los niños riéndose de él

y su pelo tan largo y tan loco,

sus pezuñas en los pies

asomando en sus zapatos rotos.

Su barba gris guardaba el polvo del Vedado

su traje negro merodeaba por el Prado.

Tenía un papel con una condecoración

Firmada por un rey.

Pero yo lo recuerdo muy bien

comiendo sobras de un plato,

y escribiendo ¡Que viva Fidel!

en recortes de las servilletas,

y lo hacía con amor;

venerable luz en su cabeza.

Y así nació en esta capital

esa leyenda de un viejo singular,

tan gloriosa como casas coloniales.

Y así vivió y murió en este país

el ilustrado Caballero de París.

Sobre la Habana un ángel se cayó,

un Cristo ya vencido.

Pero yo lo recuerdo muy bien

durmiendo en los portales,

y los niños riéndose de él,

su melena tan larga y tan dura

como la que tuve yo.

Cuantos años, cuantos sueños rotos,

cuanta historia, cuantos años locos.

Música de verano

Por María de los Ángeles Polo Vega

El parque de 190 y 47 en la barriada liseña de Versalles es escenario natural para actividades culturales dedicadas a los niños de esta comunidad habanera.

En otras oportunidades he comentado al respecto, algunas veces he señalado lunares que atentan contra la excelencia de esos espectáculos.

En ocasiones por causa de la gastronomía, otras por los audios o la deficiente divulgación de la misma en aras de garantizar un público necesario, tan sediento de propuestas de esta naturaleza en la que se invierten recursos que van desde los pagos contratados a los artistas y el personal de apoyo o las gestiones y el desgaste de todos los involucrados.

Por eso preocupa que se repitan los fallos una y otra vez, en situaciones que son perfectamente evitables, pero hoy, no quiero referirme a ello porque la lista de ineficiencias alargaría demasiado este comentario, pues muchas fueron las incongruencias que, tomadas de la mano, se robaron el encanto de una propuesta que estaba destinada a llenar de magia, colorido y alegría la mañana veraniega para estos niños liseños.

Sobrehumanos esfuerzos hizo la payasita Mariposa presentando solo para tres niños un espectáculo de casi una hora, también el que realizaron los pequeños orishas del proyecto Esperanza, llegados hasta allí, donde no se les garantizó un público espectador porque ni niños ni padres conocían que estaba prevista esta actividad que no se pudo ambientar previamente por la ausencia de unos audios que tampoco se garantizaron.

Sin embargo, tampoco es este el motivo de mi comentario. Mi preocupación tiene otra causa.

Los escasos niños que jugaban por los alrededores del parque no se sintieron motivados a sumarse a esta actividad ¿saben por qué? Porque la música que se estaba ofertando eran precisamente temas clásicos dedicados a ellos en las voces de Liuba María Hevia y Teresita Fernández con canciones que enaltecen las almas a cualquier edad.

Ellos solicitaban nada menos que reguetón. Y daba tristeza escucharlos. Era penoso ver la zozobra de la representante de cultura visitando los hogares para que alguien le prestara un disco de reguetón para complacer a esos niños.

En mi casa, convertida en una especie de puesto de mando para vestir y maquillar a los pequeños artistas se formó una polémica. Mi hijo, sumándose a ella, propuso a los pequeños orishas acompañarlos con la guitarra en aquella canción infantil que mejor se supieran y ni una sola, conocían como para poderla interpretar.

Una madre allí presente, tratando de justificar lo injustificable, echaba la culpa sobre los medios de comunicación, sobre la política musical y a la ausencia de esos temas que fueron tan comunes en nuestra generación: la suya y la mía.

Yo particularmente no comparto totalmente sus criterios. Es cierto que la niña que sigo siendo creció con Amigo y sus amiguitos y con el combo de Los Yoyos, por sólo citar dos de los más antológicos en la Televisión Cubana. Pero mi hijo, nacido en los años más crudos del período especial, tuvo el privilegio de crecer disfrutando de aquellos festivales de Cantándole al Sol y para aquellos que han llegado después, no faltan programas en la radio y la televisión pensados especialmente para ellos.

Reconocidos artistas ponen voz y talento a temas clásicos y a otros de su propia autoría destinados a aquellos que transitan por su edad de oro.

Sin embargo, no deja de ser cierto el hecho de que al pasar balance, no solo a la programación habitual, también a la música que se oferta en establecimientos estatales, en las fiestas populares e incluso en aquellas de carácter familiar, predominan temas y ritmos que en ocasiones saturan y los niños, como esponjas, lo absorben todo y no solo la música y la programación destinada para ellos.

Por eso pienso que todos: medios de comunicación, instalaciones culturales y recreativas, pero especialmente la familia, tenemos la responsabilidad inmensa de formar el gusto estético y la espiritualidad de los niños, esa que jamás cultivarán escuchando reguetón, hip-hop, rap, rock ni ninguno de esos ritmos, que hoy por hoy, en cualquier escenario, inundan sus sentidos.