historias, mitos y leyendas, el carnaval habanero

Imágenes de un paseo del carnaval habanero durante la colonia.

Emilio Roig de Leuchsenring, historiador de la Habana desde 1935 hasta su deceso en 1964, quien dedicó estudios y artículos a la celebración de las fiestas del carnaval en Cuba , afirmaba que La Habana gozó en la primera mitad del siglo XIX de varios lugares públicos para bailoteo durante todo el año y especialmente en los Carnavales.

Así existía El Tívoli, espaciosa glorieta de Extramuros, situada no lejos del antiguo y humilde oratorio de La Salud, en cuyos terrenos se levantó más tarde la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe.

Refiere Bachiller y Morales que en la glorieta del Tívoli se celebraron «bulliciosos bailes con bastante concurrencia mujeril por las circunstancias de ser su entrada gratuita; pero poco a poco fue perdiéndose la afición al lugar, y algunas ocasiones escuchó a señoritas en aquella época decir: «Vamos al sermón a La Salud con vestido blanco, porque luego iremos al baile del Tívoli»; y agrega que «a veces el predicador descargaba recias amonestaciones sobre lo pecaminoso del baile y los afeites mundanos y no por eso dejaba de cumplirse el propósito, siendo éste un rasgo de nuestras costumbres».

En el teatro del Diorama, levantado por Juan Bautista Vermay, director de la Academia de dibujo de San Alejandro, al fondo del jardín botánico, tuvo lugar, «el primer baile público de máscara que se vio en La Habana, fijándose la entrada de los caballeros a 17 reales y la de las señoras, gratis; la concurrencia que fue numerosísima dio una idea del entusiasmo que siempre produce entre nosotros ese género de diversión».

Una vez construido por don Pancho Marty, con la decidida protección del capitán general Tacón, el teatro al que se dio el nombre de este déspota, dicho coliseo monopolizó la preferencia, durante los Carnavales, de los bailadores habaneros. Y fueron los bailes de máscaras una de las máximas contribuciones económicas que el propietario tuvo para compensarse de los gastos crecidos de construcción del edificio.

Además del teatro Tacón, los elementos divertidos de nuestra capital se reunían en lugares cuyos nombres han llegado hasta nuestros días: Escauriza, Villanueva, el café La Bolsa, Irijoa, El Louvre, Capellanes…

Los salones de Escauriza, el famoso café que estuvo situado al costado del teatro de Tacón y frente a la Alameda de Isabel II, en el mismo lugar donde después se abrió el café El Louvre, y hoy se encuentra el Hotel Inglaterra, se veían concurridísimos todos los domingos del año en que se daban bailes de máscaras.

Debemos citar también La Colla de Sant Mus, en la esquina de Galiano y Neptuno, cuyas animadas fiestas carnavalescas, de disfraz y pensión, hicieron durante algunos años la competencia a las celebradas en Tacón y El Louvre, por mantener «un criterio ampliamente liberal, respecto a la admisión de parejas —dice Gustavo Robreño— que gozosas acudían a deleitarse con los danzones tocados por las orquestas famosas de Raimundo Valenzuela, Félix Cruz y Marianito Méndez».

Esa sociedad criolla, tan primitiva y mísera… ¡se divertía!, constituyendo el juego y el baile las principales diversiones .

Con cualquier pretexto se formaba una timba o un bailecito, o una timba con baile, o un baile con timba y para bailar y jugar se escogían lo mismo las fechas religiosas que los acontecimientos familiares, locales o insulares; un santo que un bautizo, una boda que un velorio.

En esta época paradisíaca, los Carnavales —motivos o pretextos admirables para holgar y divertirse—alcanzaban brillo extraordinario, que logró su apogeo durante todo el siglo XIX, hasta los días mismos de la guerra del 95.

En La Habana distinguiéronse los Carnavales por los paseos, los bailes y las comparsas.

Los primeros tenían por escenario aquellas calles que según la época disfrutaban del favor de la aristocracia habanera: la Calzada de la Reina, la Alameda de Paula, el Campo de Marte, el nuevo Prado o Alameda de Isabel II.

En quitrines y volantes, de acuerdo con su posición económica, lucían nuestras tatarabuelas, bisabuelas y abuelas, su belleza, su gracia y su elegancia, recibiendo los homenajes de sus amigos y admiradores, o del pueblo en general, que a uno y otro lado de la vía, y desde ventanas, balcones y azoteas, presenciaban el paseo carnavalesco o tomaban parte en el mismo lanzándoles flores a las bellas ocupantes del típico carruaje cubano. Este fue sustituido por los coches, y las flores fueron desalojadas por las serpentinas y confetti.

Completaban el atractivo de los paseos carnavalescos las mascaradas, de blancos y negros, que recorrían las calles, y que las integraban bobos, osos, payasos, esqueletos, diablitos, reyes moros, o cristianos, papahuevos, y estos personajes, de la farsa carnavalesca, cantaban, gritaban, hacían gestos ridículos y contorsiones exageradas, asaltando con sus bromas a los transeúntes o a los vecinos que encontraban estacionados en las ventanas de sus casas.

Lo cierto es que el Carnaval habanero es conocido internacionalmente como la fiesta por excelencia de nuestra ciudad, con características muy propias y con una larga historia para contar.

Los españoles continuaron celebrando en Cuba la antigua tradición carnavalesca de las religiones europeas alrededor del equinoccio primaveral, a manera de despedida de las frivolidades mundanas, a fin de someterse posteriormente al período que precede a la Pasión, conocido como “tiempo de cuaresma”.

Por su parte, los negros introducidos como esclavos en nuestro país a partir del siglo XVI, practicaron los ritos carnavalescos del solsticio invernal, al celebrar la Nochebuena y Epifanía (6 de enero).

A fines del siglo XIX comienzan a gestarse agrupaciones de negros que obedecían al mismo origen étnico y través de los cabildos lograron conservar y desarrollar sus propias tradiciones culturales y donde se les permitían efectuar bailes y otras diversiones.

En los salones de baile los negros introducen la Conga en el siglo XIX, lo que conllevó la costumbre de “arrollar”, alegremente, detrás de los instrumentos de percusión, que se volcaban a las calles en tiempos de Carnaval.

Esta herencia negra transforma esta música de pueblo en guaracha y rumba, elaboraciones definidas de música, canto y baile que identifican al cubano, temas sobre los que volveremos en próximos trabajos sobre el carnaval de la Habana, donde la música, el baile y el espectáculo son los máximos animadores del Carnaval de La Habana, la cita festiva más antigua que se celebra en nuestra capital.

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