Por María de los Ángeles Polo
La victoria de Playa Girón fue un trascendental hecho que marcó un antes y un después en la historia de Cuba, de Latinoamérica y del mundo.
Nuestro pequeño país, una islita que apenas se ve en el mapa, derrotaba en menos de 72 horas y por vez primera, una invasión mercenaria organizada, financiada y dirigida por la mayor potencia militar del mundo: Los Estados Unidos de Norteamérica.
Y como siempre sucede con hechos de tanta trascendencia la literatura, la música, las artes en general, los recogen y recrean y convierten en leyendas para la posteridad.
Cuba protagonizaba en pleno siglo XX la hazaña bíblica del pequeño David contra el gigante Goliat y nuestros artistas convirtieron en hermosísimas obras los testimonios de aquellos días de abril de 1961.
En la cancionística, por ejemplo, tenemos obras paradigmáticas como Girón: Preludio, de Silvio Rodríguez y Girón: La Victoria de Sara González, piezas recurrentes cuando se trata de homenajear a los héroes y mártires de aquella victoria popular, pero éstas no son las únicas.
La literatura y el periodismo, su hermano gemelo, pueden darse palmadas en el pecho a la hora de dar cuentas del crisol de obras memorables que convertidas en versos, cuentos, novelas o testimonios reflejan la grandeza, la hermosura, la dignidad del pueblo defendiendo a su revolución.
Tal vez las más populares sean la Elegía de los zapaticos blancos y La sangre numerosa, poemas escritos por el Indio Naborí y Nicolás Guillén y que generaciones de cubanos aprendimos de memoria y recitábamos desde niños en los actos escolares, pero tampoco fueron las únicas.
Naborí, poeta y periodista cubano, conoció la historia trágica de Nemesia, una niña cenaguera que había crecido descalza entre mangles y carbones, pero con un sueño común en todas las niñas, tener un par de zapaticos blancos, sueño que hizo realidad cuando la revolución triunfó para aquellos hombres, mujeres y niños de aquel olvidado paraje de nuestra geografía.
Sin embargo, apenas dos años después una invasión mercenaria despiadada y brutal hacía trizas los sueños de Nemesia, la pequeña a quien le bombardearon su hogar, le asesinaron la madre, le mataron los hermanos y llenaron de agujeros sus cuidados zapaticos blancos.
Hechos dolorosos que recoge el poeta y los convierte en una conmovedora elegía…La elegía de los zapaticos blancos.
Vengo de allá de la ciénaga,
del redimido pantano.
Traigo un manojo de anécdotas
profundas, que se me entraron
por el tronco de la sangre
hasta la raíz del llanto.
Oídme la historia triste
de los zapaticos blancos…
Nemesia -flor carbonera-
creció con los pies descalzos.
¡Hasta rompía las piedras
con las piedras de sus callos!
Pero siempre tuvo el sueño
de unos zapaticos blancos.
Ya los creía imposibles.
¡Los veía tan lejanos!
Como aquel lucero azul
que en el crepúsculo vago
abría su flor celeste
sobre el dolor del pantano.
Un día, llegó a la ciénaga
algo nuevo, inesperado,
algo que llevó la luz
a los viejos bosques náufragos.
Era la Revolución,
era el sol de Fidel Castro,
era el camino triunfante
sobre el infierno de fango.
Eran las cooperativas
del carbón y del pescado.
Un asombro de monedas
en las carboneras manos,
en las manos pescadoras,
en todas, todas las manos.
Alba de letras y números
Sobre el carbón despuntando.
Una mañana… ¡Qué gloria!
Nemesia salió cantando.
Llevaba en sus pies el triunfo
de sus zapaticos blancos.
Era la blanca derrota
de un pretérito descalzo.
¡Qué linda estaba el domingo
Nemesia con sus zapatos!
Pero el lunes… ¡despertó
bajo cien truenos de espanto!
Sobre su casa guajira
volaban furiosos pájaros.
Eran los aviones yanquis,
eran buitres mercenarios.
Nemesia vio caer muerta
a su madre. Vio
sangrando a sus hermanitos.
Vio un huracán de disparos
agujereando los lirios
de sus zapaticos blancos.
Gritaba trágicamente:
¡Malditos los mercenarios!
¡Ay, mis hermanos! ¡Ay, madre!
¡Ay, mis zapaticos blancos!
Acaso el monstruo se dijo:
Si las madres están dando
hijos libres y valientes,
que mueran bajo el espanto
de mis bombas. ¡Quién ha visto
carboneros con zapatos!
Pero Nemesia no llora.
Sabe que los milicianos
rompieron a los traidores
que a su madre asesinaron.
Sabe que nada en el mundo-
-ni yanquis ni mercenarios-
apagarán en la patria
este sol que está brillando,
para que todas las niñas
¡tengan zapaticos blancos!
La sangre numerosa, de Nicolás Guillén, es un poema que aun tratando el tema de la muerte de un joven miliciano, no podemos considerar como una elegía sino por el contrario, como un canto a la vida, a la victoria, a la voluntad de defender los más sagrados valores de la patria
Eduardo García Delgado tenía al morir sólo 16 años y con su propia sangre, al caer ametrallado por la aviación enemiga, escribió con su sangre el nombre de Fidel.
Este hecho nuestro poeta nacional lo inmortalizó en los siguientes versos:
Cuando con sangre escribe.
FIDEL este soldado que por la Patria muere, no digáis miserere:
esa sangre es el símbolo de la Patria que vive.
Cuando su voz en pena
lengua para expresarse parece que no halla, no digáis que se calla,
pues en la pura lengua de la Patria resuena.
Cuando su cuerpo baja
exánime a la tierra que lo cubre ambiciosa, no digáis que reposa,
pues por la Patria en pie resplandece y trabaja.
Ya nadie habrá que pueda
parar su corazón unido y repartido.
No digáis que se ha ido
Su sangre numerosa junto a la Patria queda.
Son estos sólo dos ejemplos de los muchos que pudiera compartir con mis lectores, de cómo las artes reflejan los grandes momentos que protagonizan los pueblos.
La victoria cubana en las arenas de Playa Girón ha sido llevada al cine, a la plástica, a la narrativa y perdurará por siempre porque es una página gloriosa de nuestra historia, es poesía y es canción.