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Música de verano

Por María de los Ángeles Polo Vega

El parque de 190 y 47 en la barriada liseña de Versalles es escenario natural para actividades culturales dedicadas a los niños de esta comunidad habanera.

En otras oportunidades he comentado al respecto, algunas veces he señalado lunares que atentan contra la excelencia de esos espectáculos.

En ocasiones por causa de la gastronomía, otras por los audios o la deficiente divulgación de la misma en aras de garantizar un público necesario, tan sediento de propuestas de esta naturaleza en la que se invierten recursos que van desde los pagos contratados a los artistas y el personal de apoyo o las gestiones y el desgaste de todos los involucrados.

Por eso preocupa que se repitan los fallos una y otra vez, en situaciones que son perfectamente evitables, pero hoy, no quiero referirme a ello porque la lista de ineficiencias alargaría demasiado este comentario, pues muchas fueron las incongruencias que, tomadas de la mano, se robaron el encanto de una propuesta que estaba destinada a llenar de magia, colorido y alegría la mañana veraniega para estos niños liseños.

Sobrehumanos esfuerzos hizo la payasita Mariposa presentando solo para tres niños un espectáculo de casi una hora, también el que realizaron los pequeños orishas del proyecto Esperanza, llegados hasta allí, donde no se les garantizó un público espectador porque ni niños ni padres conocían que estaba prevista esta actividad que no se pudo ambientar previamente por la ausencia de unos audios que tampoco se garantizaron.

Sin embargo, tampoco es este el motivo de mi comentario. Mi preocupación tiene otra causa.

Los escasos niños que jugaban por los alrededores del parque no se sintieron motivados a sumarse a esta actividad ¿saben por qué? Porque la música que se estaba ofertando eran precisamente temas clásicos dedicados a ellos en las voces de Liuba María Hevia y Teresita Fernández con canciones que enaltecen las almas a cualquier edad.

Ellos solicitaban nada menos que reguetón. Y daba tristeza escucharlos. Era penoso ver la zozobra de la representante de cultura visitando los hogares para que alguien le prestara un disco de reguetón para complacer a esos niños.

En mi casa, convertida en una especie de puesto de mando para vestir y maquillar a los pequeños artistas se formó una polémica. Mi hijo, sumándose a ella, propuso a los pequeños orishas acompañarlos con la guitarra en aquella canción infantil que mejor se supieran y ni una sola, conocían como para poderla interpretar.

Una madre allí presente, tratando de justificar lo injustificable, echaba la culpa sobre los medios de comunicación, sobre la política musical y a la ausencia de esos temas que fueron tan comunes en nuestra generación: la suya y la mía.

Yo particularmente no comparto totalmente sus criterios. Es cierto que la niña que sigo siendo creció con Amigo y sus amiguitos y con el combo de Los Yoyos, por sólo citar dos de los más antológicos en la Televisión Cubana. Pero mi hijo, nacido en los años más crudos del período especial, tuvo el privilegio de crecer disfrutando de aquellos festivales de Cantándole al Sol y para aquellos que han llegado después, no faltan programas en la radio y la televisión pensados especialmente para ellos.

Reconocidos artistas ponen voz y talento a temas clásicos y a otros de su propia autoría destinados a aquellos que transitan por su edad de oro.

Sin embargo, no deja de ser cierto el hecho de que al pasar balance, no solo a la programación habitual, también a la música que se oferta en establecimientos estatales, en las fiestas populares e incluso en aquellas de carácter familiar, predominan temas y ritmos que en ocasiones saturan y los niños, como esponjas, lo absorben todo y no solo la música y la programación destinada para ellos.

Por eso pienso que todos: medios de comunicación, instalaciones culturales y recreativas, pero especialmente la familia, tenemos la responsabilidad inmensa de formar el gusto estético y la espiritualidad de los niños, esa que jamás cultivarán escuchando reguetón, hip-hop, rap, rock ni ninguno de esos ritmos, que hoy por hoy, en cualquier escenario, inundan sus sentidos.