Jorge Palma /PALESTINA EN POEMAS.

Palestina.

Si la patria de los Palestinos

es Hebrón, Galilea, Jerusalén

¿porqué no están mis hermanos

viviendo en Hebrón, en Galilea,

en Jerusalén?

Dios, dime: ¿dónde están

mis hermanos

que los he venido a visitar?

Dios: no estás en Hebrón,

en Galilea, en Jerusalén.

¿Dónde estás, Señor?

Sumas y restas.

Una piedra más otra piedra

más otra, dan como resultado

una ciudad, un camino de regreso,

un lugar preciso

en el mapa personal.

Una piedra menos otra piedra

menos otra, dan como resultado

una ciudad vacía, un camino

sin retorno,

un lugar vacío donde había

una ciudad

el nombre de un lugar

que ya no está en el mapa.

Sólo queda el recuerdo

de un sitio preciso

el contorno de una ciudad

el ruido de un lugar

que se apaga

en la memoria

que lentamente desaparece

y con el transcurso

de los años, sólo se nombra

como un lugar lejano,

remoto y perdido en el tiempo.

El perseguido.

(piensa el desterrado)

He sufrido mucho: del frío, de mis huesos

y articulaciones, de dolores que no siempre

vienen del cuerpo material

sino de algo intangible y vulnerable

que algunos llaman alma.

¿Pero acaso he sufrido más que mis hermanos

en Mazada?

He sido silenciado, apagado, cubierto

con un velo de humo negro, como

silencian a un pájaro en su jaula

durante el día, para que no cante.

Pero nunca más que Ovidio, con su

boca cosida y a la intemperie.

No tengo nada.

No tengo nada.

He visto morir a un niño

mientras jugaba

en la puerta de su casa.

No tengo casa.

No tengo nada.

He visto como un coche escuela

quería imitar el vuelo

de los pájaros, volando

por el aire envuelto en llamas.

Entonces tengo todo.

He sido silenciado.

He sido golpeado.

He sido sepultado vivo.

Apedreado

con mis propias piedras,

expulsado

de mi propio cielo

y perdonado

sin haber hecho nada

y calumniado

en medio de la calumnia.

He sufrido del frío

igual que los ángeles

en la tierra.

He sufrido por tener alas

y por no tenerlas.

Y eso que en mi casa

cuando la tenía

había herraduras

sobre las ventanas

y la puerta

y tréboles de cuatro hojas

y pañuelos

con la forma de mi patria.

No tengo caballo.

No tengo caballo.

Pero estoy vivo

Y puedo todavía contarlo.

La noche no es igual

para todos

y el cielo es el mismo.

He envejecido

más de la cuenta,

más que los otros peces

de este río.

No tengo caballo.

No tengo caballo.

Pero estoy vivo

Y puedo contarlo.

Y mientras pueda hacerlo,

todos sabrán

que hemos sido golpeados

que hemos sido silenciados

que hemos sido sepultados

en vida

apedreados

con nuestras propias piedras

expulsados

de nuestro propio cielo

y perdonados

sin haber hecho nada

y calumniados

en medio de la calumnia

y que no fueron suficientes

las herraduras

sobre las ventanas

y las puertas

ni los tréboles de cuatro hojas

en las casas

cuando había casa

y pañuelos

con la forma de la patria

cuando había cielo.

Sólo son truenos.

(recuerda Hassin)

La vida nada tiene que ver con eso.

Te dirán, sin mirar más allá

de sus manos, que no vale la pena,

si al fin, y para qué…

Mi madre, que era analfabeta

ponía su cuerpo junto a las ventanas

y cantaba tan alto como le diera

la voz, para tapar el sonido

de las bombas cayendo en el huerto.

Mi madre no mentía. Sólo lo hacía

para que durmiéramos sin temor.

Cuando temblaba el cielo

y se sacudían los olivos

y las cobijas, ella sólo decía:

“Son truenos, mi niño, sólo eso”.

Pero la vida,

la vida no tiene nada que ver.

Pañuelos.

El cielo está cubierto

con pañuelos de luto

y no se ve el sol.

¿O son nubes negras

que no dejan ver el cielo?

Una grieta.

Sólo nos queda una grieta

por donde entra un rayo de luz.

Sólo eso.

¿Cuántos seremos hoy?

Las calles están repletas de ausencias

y los muertos sin sepultura

reclaman.

Nadie se anima a mirar la calle

donde cayó la muerte.

Tampoco nadie se anima a contar

los parientes dentro de cada casa.

En el silencio enlutado

álguien ha dicho: “¿Cuántos

de nosotros seremos hoy?”

Incertidumbre y dolor.

Oscuridad en las cocinas

donde nadie prueba bocado,

ni se anima a contar

con los dedos temblorosos

de una mano.

El olivo.

Hablemos del fruto:

tu hueso encierra la semilla

de la que todos comemos,

y añoramos como a una madre

estando lejos.

Refugio,

bandera vegetal, donde

se hunden las raíces

de la historia.

Así de simple y poderoso.

Dirección postal.

Cuando me muera, ¿a dónde

llegarán mis cartas?

Mientras dure el alquiler, seguirán

amontonándose en la pequeña

cajita de metal, y una vez que

haya expirado el tiempo de contrato,

¿dónde quedarán? ¿quién las guardará?

Las empleadas que me conocen y me

saludan amablemente ¿se acordarán

de mi?

Mientras tanto las guardarán

en el casillero “No reclamadas”.

¿Por cuánto tiempo?

¿Por cuánto tiempo las guardarán?

¿En qué momento ya nadie sabrá

que son mis cartas?, que contienen

palabras sólo importantes para mí,

que hablan de mis cosas

que no tienen ningún sentido

para nadie, sino para un minúsculo

círculo en un punto insignificante

del universo.

Cuando muera no tendré dirección postal,

nadie podrá saber dónde vive el poeta,

nadie podrá llegar a mi casa

nadie se perderá buscando donde vivo

porque mi casa está en todas partes

y la dirección

está escrita en el cielo.

Breve poema árabe.

En la inmensidad de tus ojos

se muere un camello

y yo siento que pierdo

la mitad del cielo.

Biografía inconclusa.

Vivir, morar, estar en un sitio determinado

no es lo mismo que vivir.

A menudo se dice de un peregrino, de un

exilado, de un desterrado de su propio cielo

y sin contradicción: “En los últimos años

vivió en tal o cual ciudad”. Pero cómo se puede

vivir, es decir, sentir la vida que a cada uno

le ha tocado vivir, si no está en su lugar,

en su sitio, bajo su mismo cielo,

el que lo vio nacer.

No es lo mismo vivir, que estar vivo.

Por ejemplo: Mahmud Darwish, estaba

vivo en Ammán, en Ramallah.

Pero se murió soñando con Birwa,

con Galilea, donde estaban, muertos

o vivos todos sus pájaros.

Todos los caballos juntos.

Algún día

todos los caballos se reunirán

en un lugar de la tierra.

Vendrán de todas partes,

de todas las regiones.

De los antiguos lugares

donde jamás cesa la lluvia.

Desde los lejanos lugares

donde nunca anochece.

Desde los remotos lugares

donde dicen,

ya no existen los caballos.

Vendrán.

Algún día,

todos los caballos se reunirán

en un lugar de la tierra.

Un pájaro espera

Un pájaro aguarda que termine

la lluvia de fuego

en un alambre tensado

entre dos mundos.

El pánico lo convierte en piedra.

De un lado del aire

ni siquiera hay luz

en las casas más precarias.

Del otro lado, llora una mujer

desconsoladamente.

El fuego que golpea

de un lado al otro

como un relámpago,

como un nervio enloquecido

como un látigo,

deja ver

de vez en cuando,

la silueta de un pájaro

aterrado

en medio de la lluvia.

Los niños del cielo.

(conversación)

– -¿Qué haces Hassin?

– Cuento ataúdes. Pero siempre pierdo

la cuenta. Son muchos.

– -¿No te aburre?

Deja un comentario