Palestina.
Si la patria de los Palestinos
es Hebrón, Galilea, Jerusalén
¿porqué no están mis hermanos
viviendo en Hebrón, en Galilea,
en Jerusalén?
Dios, dime: ¿dónde están
mis hermanos
que los he venido a visitar?
Dios: no estás en Hebrón,
en Galilea, en Jerusalén.
¿Dónde estás, Señor?
Sumas y restas.
Una piedra más otra piedra
más otra, dan como resultado
una ciudad, un camino de regreso,
un lugar preciso
en el mapa personal.
Una piedra menos otra piedra
menos otra, dan como resultado
una ciudad vacía, un camino
sin retorno,
un lugar vacío donde había
una ciudad
el nombre de un lugar
que ya no está en el mapa.
Sólo queda el recuerdo
de un sitio preciso
el contorno de una ciudad
el ruido de un lugar
que se apaga
en la memoria
que lentamente desaparece
y con el transcurso
de los años, sólo se nombra
como un lugar lejano,
remoto y perdido en el tiempo.
El perseguido.
(piensa el desterrado)
He sufrido mucho: del frío, de mis huesos
y articulaciones, de dolores que no siempre
vienen del cuerpo material
sino de algo intangible y vulnerable
que algunos llaman alma.
¿Pero acaso he sufrido más que mis hermanos
en Mazada?
He sido silenciado, apagado, cubierto
con un velo de humo negro, como
silencian a un pájaro en su jaula
durante el día, para que no cante.
Pero nunca más que Ovidio, con su
boca cosida y a la intemperie.
No tengo nada.
No tengo nada.
He visto morir a un niño
mientras jugaba
en la puerta de su casa.
No tengo casa.
No tengo nada.
He visto como un coche escuela
quería imitar el vuelo
de los pájaros, volando
por el aire envuelto en llamas.
Entonces tengo todo.
He sido silenciado.
He sido golpeado.
He sido sepultado vivo.
Apedreado
con mis propias piedras,
expulsado
de mi propio cielo
y perdonado
sin haber hecho nada
y calumniado
en medio de la calumnia.
He sufrido del frío
igual que los ángeles
en la tierra.
He sufrido por tener alas
y por no tenerlas.
Y eso que en mi casa
cuando la tenía
había herraduras
sobre las ventanas
y la puerta
y tréboles de cuatro hojas
y pañuelos
con la forma de mi patria.
No tengo caballo.
No tengo caballo.
Pero estoy vivo
Y puedo todavía contarlo.
La noche no es igual
para todos
y el cielo es el mismo.
He envejecido
más de la cuenta,
más que los otros peces
de este río.
No tengo caballo.
No tengo caballo.
Pero estoy vivo
Y puedo contarlo.
Y mientras pueda hacerlo,
todos sabrán
que hemos sido golpeados
que hemos sido silenciados
que hemos sido sepultados
en vida
apedreados
con nuestras propias piedras
expulsados
de nuestro propio cielo
y perdonados
sin haber hecho nada
y calumniados
en medio de la calumnia
y que no fueron suficientes
las herraduras
sobre las ventanas
y las puertas
ni los tréboles de cuatro hojas
en las casas
cuando había casa
y pañuelos
con la forma de la patria
cuando había cielo.
Sólo son truenos.
(recuerda Hassin)
La vida nada tiene que ver con eso.
Te dirán, sin mirar más allá
de sus manos, que no vale la pena,
si al fin, y para qué…
Mi madre, que era analfabeta
ponía su cuerpo junto a las ventanas
y cantaba tan alto como le diera
la voz, para tapar el sonido
de las bombas cayendo en el huerto.
Mi madre no mentía. Sólo lo hacía
para que durmiéramos sin temor.
Cuando temblaba el cielo
y se sacudían los olivos
y las cobijas, ella sólo decía:
“Son truenos, mi niño, sólo eso”.
Pero la vida,
la vida no tiene nada que ver.
Pañuelos.
El cielo está cubierto
con pañuelos de luto
y no se ve el sol.
¿O son nubes negras
que no dejan ver el cielo?
Una grieta.
Sólo nos queda una grieta
por donde entra un rayo de luz.
Sólo eso.
¿Cuántos seremos hoy?
Las calles están repletas de ausencias
y los muertos sin sepultura
reclaman.
Nadie se anima a mirar la calle
donde cayó la muerte.
Tampoco nadie se anima a contar
los parientes dentro de cada casa.
En el silencio enlutado
álguien ha dicho: “¿Cuántos
de nosotros seremos hoy?”
Incertidumbre y dolor.
Oscuridad en las cocinas
donde nadie prueba bocado,
ni se anima a contar
con los dedos temblorosos
de una mano.
El olivo.
Hablemos del fruto:
tu hueso encierra la semilla
de la que todos comemos,
y añoramos como a una madre
estando lejos.
Refugio,
bandera vegetal, donde
se hunden las raíces
de la historia.
Así de simple y poderoso.
Dirección postal.
Cuando me muera, ¿a dónde
llegarán mis cartas?
Mientras dure el alquiler, seguirán
amontonándose en la pequeña
cajita de metal, y una vez que
haya expirado el tiempo de contrato,
¿dónde quedarán? ¿quién las guardará?
Las empleadas que me conocen y me
saludan amablemente ¿se acordarán
de mi?
Mientras tanto las guardarán
en el casillero “No reclamadas”.
¿Por cuánto tiempo?
¿Por cuánto tiempo las guardarán?
¿En qué momento ya nadie sabrá
que son mis cartas?, que contienen
palabras sólo importantes para mí,
que hablan de mis cosas
que no tienen ningún sentido
para nadie, sino para un minúsculo
círculo en un punto insignificante
del universo.
Cuando muera no tendré dirección postal,
nadie podrá saber dónde vive el poeta,
nadie podrá llegar a mi casa
nadie se perderá buscando donde vivo
porque mi casa está en todas partes
y la dirección
está escrita en el cielo.
Breve poema árabe.
En la inmensidad de tus ojos
se muere un camello
y yo siento que pierdo
la mitad del cielo.
Biografía inconclusa.
Vivir, morar, estar en un sitio determinado
no es lo mismo que vivir.
A menudo se dice de un peregrino, de un
exilado, de un desterrado de su propio cielo
y sin contradicción: “En los últimos años
vivió en tal o cual ciudad”. Pero cómo se puede
vivir, es decir, sentir la vida que a cada uno
le ha tocado vivir, si no está en su lugar,
en su sitio, bajo su mismo cielo,
el que lo vio nacer.
No es lo mismo vivir, que estar vivo.
Por ejemplo: Mahmud Darwish, estaba
vivo en Ammán, en Ramallah.
Pero se murió soñando con Birwa,
con Galilea, donde estaban, muertos
o vivos todos sus pájaros.
Todos los caballos juntos.
Algún día
todos los caballos se reunirán
en un lugar de la tierra.
Vendrán de todas partes,
de todas las regiones.
De los antiguos lugares
donde jamás cesa la lluvia.
Desde los lejanos lugares
donde nunca anochece.
Desde los remotos lugares
donde dicen,
ya no existen los caballos.
Vendrán.
Algún día,
todos los caballos se reunirán
en un lugar de la tierra.
Un pájaro espera
Un pájaro aguarda que termine
la lluvia de fuego
en un alambre tensado
entre dos mundos.
El pánico lo convierte en piedra.
De un lado del aire
ni siquiera hay luz
en las casas más precarias.
Del otro lado, llora una mujer
desconsoladamente.
El fuego que golpea
de un lado al otro
como un relámpago,
como un nervio enloquecido
como un látigo,
deja ver
de vez en cuando,
la silueta de un pájaro
aterrado
en medio de la lluvia.
Los niños del cielo.
(conversación)
– -¿Qué haces Hassin?
– Cuento ataúdes. Pero siempre pierdo
la cuenta. Son muchos.
– -¿No te aburre?